Ellos hablan con furia de la violencia, aún sin comprenderla. Decoran sus discursos utilizando frases que incluyen el dolor y la muerte. La gente les cree, aún cuando ellos no entienden. Exigen que las tasas de mortalidad se dupliquen y una definición de "justicia" que no caracteriza a tal palabra.
Su intento de justicia busca culpables, y si tienen suerte, encuentra a alguno. Ellos, los redentores de la verdad, tienen un pase libre en los medios de comunicación, quienes les abren sus puertas y afirman orgullosos que ese pensamiento es el del pueblo. Del otro lado del televisor el pueblo sin voz grita u obedece.
Ellos hablan de violencia, de una superficial: No van más allá, no se increpan, por lo tanto, tampoco se responden. Lavan sus manos acusando como único culpable al que actúa con balas y evitan creer que esa cultura que ellos mismos popularizaron hoy está en su máximo esplendor. Optan por opinar sin entender acerca de la irónica situación educativa carente de contenidos y del apoyo insuficiente para que los estudiantes aprendan. Esos mismos estudiantes que sin una niñez por celebrar y con las manos vacías, miran, escuchan a las grandes divas, confirmando así un discurso que beneficia a una sola clase que no es la suya, pero que la toman como propia. (El eterno triunfo de la clase dominante).